LEALTAD DESDE LA DISCREPANCIA.
¡Disciplina!...,
nunca bien definida y comprendida. ¡Disciplina!..., que no encierra mérito
cuando la condición del mando nos es grata y llevadera. ¡Disciplina!..., que
reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo
que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía, o
cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando. Esta es la
disciplina que os inculcamos, esta es la disciplina que practicamos. Este es el
ejemplo que os ofrecemos.
(Discurso
del Director de la Academia General Militar de Zaragoza, General Franco, a los
cadetes, el 14 de junio de 1931, con motivo del cierre de la Academia).
La
lealtad al igual que la disciplina obliga a quien la práctica a ser integro, a
mostrarse sin dobleces, a no ocultar ni deformar la realidad, a hablar sin
recelo a superiores y subordinados y a asesorar con honradez.
La
lealtad ha sido, y es, un valor clave para el desarrollo de la humanidad. Sin
él, la sociedad en la que vivimos seria otra distinta. Sin embargo, a pesar de
ser un valor altamente demandado por la sociedad en general, y por las
organizaciones en particular, los jefes no se sienten cómodos.
Cuando
entramos a formar parte de una organización, a través del proceso de
socialización, se nos inculcan e interiorizamos unos valores o sentimientos de
fidelidad y respeto a los principios de rigen y definen la misma. Sin embargo,
los individuos, en ocasiones, interpretamos de distinta manera los modos en cómo
llegar a ellos, es decir, estamos de acuerdo en el qué pero no en el cómo, lo
cual genera conflictos.
A lo
largo de la historia los periodos de crisis han favorecido las aptitudes de
discrepancia, pues esta disparidad de opiniones ha favorecido la supervivencia
del grupo. En este sentido, las organizaciones que favorecen el debate de ideas
frente a aquellas que promueven el pensamiento grupal (pensamiento único),
salen reforzadas en los tiempos convulsos.
Al ser
humano le cuesta reconocer un error, pues su autoestima sufre, no por el hecho
en sí del fracaso, sino por no cumplir con las expectativas que, tanto uno como
los otros, tienen sobre su desempeño profesional.
La
discrepancia es una condición necesaria para que surja la lealtad, pues en caso
contrario, no habría honradez ni honestidad entre el personal que conforma la
organización. Por lo tanto, la lealtad
es discrepancia.
Las
Instituciones deben de cultivar a líderes que tengan una conciencia de sí mismos, conociendo sus fortalezas, áreas de
mejora, valores y motivaciones, así como los aspectos contradictorios y
mecanismos de defensa. Esta conciencia de sí mismos estaría precedida por un
autoconcepto positivo, de forma que cuando se analizan las conductas o
decisiones, se tienen más posibilidades de comprender y aceptar las
consecuencias tanto positivas como negativas de sus actos.
Otro
aspecto a cultivar en los líderes es que analicen
objetivamente datos y hechos, tanto externos como relacionados con
ellos mismos, sin sesgar sus percepciones por autodefensa, auto ensalzamiento y
autoprotección.
Los
líderes no suelen buscar oponentes inferiores y evitar situaciones que puedan
invalidar sus expectativas de éxito. Por lo contrario buscan activamente
información tanto confirmatoria como desafiante de sus capacidades, viendo
cualquier fracaso como una oportunidad mejorar.
Sin
embargo, el elemento clave para promover la discrepancia, y por ende la
lealtad, entre los subordinados es el presentarse ante el grupo como lo que es
uno realmente, es decir, con sus defectos y virtudes. Esa transparencia en las relaciones es lo que va a facilitar el
trabajo en equipo y la colaboración, gracias a la generación de confianza.
Un líder
autentico sabe que no existe la lealtad sin discrepancia, y que sin lealtad la
organización está abocada al fracaso. Por lo tanto, el Jefe que no tolere la discrepancia poco favor está haciendo al
conjunto de la organización, ni así mismo.